El otro día, una querida amiga se casó. Ella parecía ser la persona más feliz del mundo. Quién la conoce sabe el porqué. No fue solo por el hecho de casarse, sino por haber confiado en Dios durante muchos años y haber sido honrada por Él.
Saben, amigas, muchas veces fallamos en eso: Confianza en Dios.
¡Es cierto!
Decimos que confiamos, pero cuando pasamos por un momento difícil nos desesperamos, si el novio decide terminar el noviazgo nos desesperamos como si él fuese el último chico de la tierra. Si lo que hemos esperado aún no sucedió, nos enojamos no contra el problema, sino contra Dios, contra las personas y todo el resto que no va a resolver la situación.
La falta de confianza en Dios nos hace ser, ansiosas, desesperadas, angustiadas, frustradas y por ahí va…
“Pacientemente esperé al Señor, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor” (Salmos 40.1)
Amigas, vale la pena confiar en Dios. Todo el mundo puede decepcionarte, menos Él.
¿¿Y entonces, aún preferirás caminar sola??
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