miércoles, 6 de noviembre de 2013

El remedio de Tutti-Frutti

Simplemente me encantaba aquel remedio que me daba mi mamá con gustito a tutti-frutti. Parecía que me sanaba solo de sentir aquel gustito en la boca, jajajaj.

Un bello día, jugando en casa, recordé el armario en donde mi mamá lo guardaba. Aunque hubiese tenido el cuidado de colocarlo en un lugar difícil de alcanzar, encontré la manera, y llegué al tan deseado remedio de tutti-frutti. En aquella época, había una caja llena de muestras gratis, o sea, cantidad suficiente para “llenarme”.

Abrí la caja y tomé muchas y muchas gotitas; a decir verdad, tomé varios frasquitos y, de repente, me fue dando un sueño pesado, y fui a la primera cama que encontré. Dormí toda la tarde y solo desperté cuando era de noche.

Mi abuela, que me cuidaba a la tarde mientras mis padres trabajaban, creyó que estaba cansada por la escuela. Mal sabía ella que me había tomado varias gotitas del remedio – que eran antiinflamatorios.

Gracias a Dios, desperté bien y no hubo ningún efecto colateral, más allá del sueño profundo.

Moraleja de la historia:

A veces queremos jugar con fuego sin quemarnos; queremos hacer todo lo que nuestro corazón manda, y reclamamos cuando sufrimos después. Hay momentos que parece que no podemos controlar nuestros sentimientos; no queremos ser vistas como las “bobas” que no hacen nada peligroso. Pero la verdad es que no tenemos que probarle a nadie que somos buenas o especiales. Aquellos que juegan con el pecado, tarde o temprano sufrirán las consecuencias y, a veces, el efecto colateral (como el de aquel remedio) puede ser irreversible.

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