Inmediatamente le pedí: _”Papá, ¿nos dejas ir para encontrarnos contigo?”
_ “¡No, hija! ¡Papá ya está llegando!”, respondió mi padre.
Él se negó otra vez – “No es necesario, hija mía, ya estoy llegando”.
Pero yo, ansiosa y desobediente, le pedí por tercera vez: – “Papá, déjanos…¡llegamos rapidito!”
Vencido por el cansancio, mi padre cedió: “Bueno, ven con tu hermano y me encuentro con ustedes aquí”.
¡¡¡Yuuuppiiiii!!!!
Me sentí muy feliz y salí corriendo con mi hermano (que en aquella época tenía 11 años). Salimos de casa y fuimos a encontrarnos con mi padre.
Llegando a la calle principal (con bastante tránsito), en seguida vi a mi papá al otro lado de la calle. Decidimos cruzar allí mismo (no quise ir hasta el semáforo).
Miré rapidito a los dos lados y corrí en dirección a mi padre,¡toda feliz!
De repente,¡BUMMMM!…¡¡¡Me atropella un automóvil!!!
¡Me lanzó a metros de distancia! Como una muñeca de trapo, di vueltas en el aire y caí mucho mas lejos de donde estaba.
Me llevaron la hospital rápidamente. Dentro del coche, sin entender muy bien lo que había pasado, coloqué mi mano en el rostro y estaba lleno de sangre. ¡Me desesperé!
¡¡¡Lloré mucho!!! ¡Cómo me arrepentí de haber sido tan ansiosa y desobediente! Pero a aquellas alturas, ya era demasiado tarde.
Estuve unos días en el hospital y luego volví a casa, pero hoy hasta tengo una cicatriz.
Con mi triste historia, quiero mostrarles cómo, tarde o temprano, sufrimos las consecuencias si somos ansiosos y desobedientes. Tal vez, Dios esté hablando contigo de la misma manera que mi padre cuando me insistió.
Él está diciendo “¡No hagas eso, hija mía, espera!”, y tal vez tú, estés actuando como yo.
Cuidado amigas. ¡No esperen a tener una “cicatriz” en sus vidas para que se arrepientan después!
Escrito por Raquel Overney, esposa de pastor en Inglaterra
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