Cuando a los 12 años descubrí que mi padre había traicionado a mi madre y ahora tenía otra mujer, yo tuve un fuerte deseo de morir. No intenté el suicidio, pero si me dieran a elegir entre morir o vivir, en aquél momento yo hubiera elegido la muerte. El que era mi héroe, mi ejemplo, cambió a mi madre y sus cuatro hijos por otra mujer. Era algo inaceptable, inexplicable e incomprensible.
Lo que ocurrió conmigo en aquél tiempo es en realidad algo muy común con la mayoría de las personas. No que todos tengan el mismo deseo de morir, pero en el sentido de cómo las actitudes de otras personas les afectan profundamente.
El hombre natural de carne y hueso, es altamente dependiente de otras personas, especialmente de los más cercanos. Nuestra naturaleza humana tiene sus afectos y expectativas naturales, como, por ejemplo, nunca esperar que la madre o el padre nos decepcionará, que el esposo o la esposa nunca nos traicionará, el jefe siempre será justo, que el compañero de trabajo será honesto, que el vecino será respetuoso – y así sucesivamente.
Por supuesto que esto presenta un gran problema: las personas no siempre hacen lo que se espera de ellas. Entonces, cuando nos fallan, nos quedamos rehenes de los sentimientos causados por los errores de ellas: rencor, rabia, tristeza, abandono, rechazo, odio, depresión, decepción, soledad, y todo tipo de malos sentimientos.
Tenga esto bien claro en su mente: Una de las mayores razones de sus infelicidades ha sido su dependencia y las expectativas (frustradas) en otras personas.
Para que usted pueda ser verdaderamente feliz, tiene que verse libre de esto, como yo eventualmente aprendí y lo hice.
Renato Cardoso
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